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Uno
de los animales más importantes dentro de la cosmovisión prehispánica
fue el jaguar (Felis onca). Desde tiempos muy remotos los Olmecas
representaban hombres con rasgos de felino. Siglos después, en
Teotihuacan, este animal fue un motivo muy común, pero se representaba
con atributos de otros animales, como aves y serpientes. El jaguar
simbolizaba la noche y era el nagual por excelencia de los hombres
más importantes (como el gobernante o los sacerdotes), de los
hombres vinculados a lo sobrenatural (como los hechiceros) y de
los propios dioses (como Tezcatlipoca). La relación con este dios
fue muy estrecha, ya que en los mitos de creación este numen fue
el primer Sol, que al ser desplazado por Quetzalcóatl, se convirtió
en jaguar. Una prueba más del estrecho vínculo entre el felino
y el dios la encontramos en Tepeyólotl (Corazón del monte), deidad
que es una advocación de Tezcatlipoca y se representa como un
jaguar. Era el compañero del águila por eso, en el Posclásico
tardío, a los guerreros valientes se les llamaba cuauhtli- océlotl
(águila-jaguar). El puma estaba estrechamente relacionado con
el jaguar y es el felino más representado en las ofrendas del
Templo Mayor de Tenochtitlan.
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El águila (Aquila chrysaetus) es un animal relacionado
con el Sol, seguramente por la majestuosidad con que aparentemente
vuela delante del astro. Esta ave participa en uno de los mitos
de creación junto con el animal que es su contraparte: el jaguar.
Ambos estaban estrechamente vinculados en las órdenes militares
del Posclásico. Uno de los mitos prehispánicos cuenta que en Teotihuacan,
lugar en el que se crearon el Sol y la Luna, el águila paso por
la hoguera en que se sacrificaron los dioses que quedaron convertidos
en astros. Al cruzar el águila, parte de las plumas se le quemaron:
por eso es blanca
con negra. El jaguar también saltó por encima de la pira y también
se quemó, por lo que quedó manchado. Las plumas de águila fueron
elementos muy importantes en los atavíos de los personajes de
la elite mexica y también de los dioses, aspecto que queda asentado
en los códices y otras representaciones.
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Uno
de los tres animales más importantes en Mesoamérica y también
uno de los que posee mayor complejidad simbólica, fue la serpiente.
Su relevancia data desde épocas muy remotas y es durante en auge
de Teotihuacan que se torna un símbolo del poder político como
lo plantea Taube. Diversos tipos de serpientes son representados
en los códices, como por ejemplo, las de cascabel (Crotalus sp)
y los coralillos (Microrous sp). La primera de ellas aparece como
parte de los atavíos de muchos dioses, entre los que destaca la
falda que porta Coatlicue, madre de Huitzilopochtli. En el área
maya este tipo de serpiente fue muy importante como queda evidenciado
en la arquitectura de Chichén Itza. Entre los mayas y en el Altiplano
Central, la serpiente era un signo calendárico de buena fortuna.
Además de estas serpientes existen muchas otras
de carácter mítico. Una de ellas es la xiuhcóatl, que posee ojos
estelares y se identifica como el arma de Huitzilopochtli. Otras
sierpes de la sobrenaturaleza son la de cuchillos y la de nubes.
Sin embargo, de todas ellas la que posee una gran complejidad
es Quetzalcóatl: la serpiente emplumada. Sin lugar a dudas, es
un ejemplo de cómo un símbolo evolucionó en Mesoamérica hasta
convertirse en una de las nociones más sólidas y con diversas
connotaciones. Relacionada con la vegetación, el poder, el linaje,
fue muy importante en el Altiplano Central y entre los mayas (conocida
en esa área como Kukulcán), con queda
evidenciado en la arquitectura y en el registro arqueológico de
las grandes urbes prehispánicas. Fue símbolo del héroe cultural,
responsable del esplendor de Tula y, ya en épocas tardías, adopta
la forma de Ehécatl-Quetzalcóatl, dios del viento.
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Estos animales fueron importantes tanto en el área
maya como en el Altiplano Central. El croar de las ranas se asociaba
con la llegada de las lluvias. Estos anfibios (Rhynophrynis dorsalis)
eran ataviados de color azul, por lo que algunos autores han interpretado
que se trataba de las representaciones de los ayudantes de Tláloc
(tlaloques). Esto
sucedía en la fiesta de la veintena de Tozoztontli, celebración
relacionada con el maíz, en la cual eran sacrificadas y asadas.
Otra fiesta que culminaba con la ingesta de ranas, era la que
se celebraba en el marco de la veintena de Izcalli. Por su parte,
el sapo (Bufo sp.) es un personaje del Popol Vuh: un mensajero
que fue castigado, por lo que obtuvo su peculiar fisonomía.
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El cocodrilo (Crocodylus sp.) era el primero de
los signos del calendario ritual de los nahuas y no sólo se relacionaba
con el agua y la fertilidad, sino que en los mitos era considerado
como la tierra y sus fauces como la entrada al inframundo. Fue
muy importante en el Altiplano Central y también entre los mayas,
en donde se relacionaba con uno de los dioses más importantes:
Chaak, dios de la lluvia. En el Templo Mayor algunos cocodrilos
fueron depositados en las ofrendas, simbolizando el nivel terrestre
en ellas. Al igual que sucede con otros animales, antes de que
esto sucediera, eran preparados, de tal manera que sólo fueron
encontrados en dichos depósitos los cráneos las mandíbulas y los
osteodermos.
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El
pez sierra (Pristis pectinatus) es un tiburón que se distribuye
en ambos océanos, pero que tiene una mayor frecuencia en el Atlántico.
En las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan se han encontrado
varios ejemplares representados por el cartílago rostral y, muy
probablemente, simbolizaban el nivel terrestre o monstruo de la
tierra de una manera análoga al significado que se le daba a los
cocodrilos (cipactli). De acuerdo con los informantes de Sahagún,
el pez sierra era considerado un animal muy peligroso.
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Este tipo de fauna tuvo una gran importancia en
Mesoamérica como lo evidencia la gran cantidad de ejemplares encontrados
en contextos arqueológicos a cientos de kilómetros de sus ecosistemas
originales. Además de ser una materia prima empleada en la elaboración
de diversos artefactos entre los que se cuentan objetos que formaban
parte de los atavíos de los personajes de la elite, la fauna marina
era deposita sin modificación cultural, en cuyo caso generalmente
representaba el plano marino del universo. El análisis realizado
por el investigador Adrián Velázquez ha evidenciado que existen
dos campos de significación en la colección de concha del Templo
Mayor. Por un lado, hay una relación de estos materiales con aspectos
acuáticos, de fertilidad, de alimentación y de generación de vida,
los cuales se encuentran asociados al adoratorio de Tláloc. Por
otro lado, en el ámbito sacro vinculado a Huitzilopochtli, los
objetos de concha se relacionan con los astros, la guerra y los
sacrificios, teniendo un sentido bélico. Ambas connotaciones no
se expresan como opuestos, sino que a juicio de este investigador,
parecen encontrarse sutilmente imbricados.
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