Capacitación y Formación
Clara Mónica Zapata J.
La implantación de los sistemas para la cultura como pauta del desarrollo social demanda cada vez más un vínculo coherente con el sistema educativo para que difunda lo esencial de la cultura, sus formas de expresión, sus teorías y conceptos: que haga de éstos su base instrumental y adopte los recursos técnicos para su aplicación e inserción en las políticas de planificación, con el fin de lograr desarrollo en distintos niveles, acorde con las necesidades de las poblaciones o grupos sociales y teniendo como objetivo fundamental el sentido de la identidad. El tema de la gestión y la promoción cultural implica entender claramente la relación entre cultura y política como un hecho social construido sobre el respeto a la identidad y a la pluralidad en las distintas formas de expresión de los pueblos.
El momento actual del desarrollo político en América Latina y el Caribe invita a repensarnos desde las perspectivas de lo social y lo comunitario mediante estrategias y modelos participativos replanteando las dinámicas aplicadas hasta ahora, en las que los modelos aplicados han mantenido alejados dos conceptos fundamentales: política cultural y cultura y política. En ellos el factor humano estuvo relegado y casi siempre desprovisto de herramientas de comunicación que le permitieran legitimarse como ciudadano con referentes históricos, radicado en la memoria cultural, en procesos transmitidos por la herencia y denotados en las lenguas maternas, o establecer su relación con otros códigos de culturas plurales y diversas, así como su confluencia directa con conceptos de valores, convivencia, pertenencia y pertinencia.
El concepto de cultura ha sido objeto de amplios debates en el ámbito de las ciencias humanas de las últimas décadas. La noción, procedente de la tradición ilustrada que asume la cultura como un estado superior de civilización, cuyo modelo por excelencia son las naciones más desarrolladas de Europa, ha sido cuestionada a partir de las investigaciones de la antropología contemporánea y de las reflexiones de otras ciencias humanas. Hoy ya no se acepta la idea de una cultura única, universal, ni se piensa que la cultura tiene que ver solamente con el “cultivo de la mente” en el sentido tradicional, o con esos productos especiales como son las ciencias, las artes y los libros. Predomina más bien la idea de que cultura es una categoría del ser, una forma fluida de orden y de interpretación con ayuda de la cual los grupos humanos identifican la realidad histórica y la disponen en contextos de significado, y se destacan en la búsqueda de la especificidad de lo cultural con componentes alusivos al lenguaje, la comunicación y lo simbólico-expresivo.
El concepto de cultura se ha ampliado considerablemente: se asume, en términos generales, como el modo (los modos) de relación que los grupos humanos establecen con el mundo y con la vida. Se reconoce que cada grupo social tiene comportamientos propios, una especificidad, una caracterización cultural que constituye su razón de vivir. Cada comunidad organiza su vida, su cotidianeidad, es decir, su cultura, en un proceso de construcción constante en el que se da una relación con el pasado y una interacción con las circunstancias internas y externas que depara el presente. A través de las prácticas culturales públicas y privadas la cultura de una localidad se materializa y se transforma continuamente en su relación con el entorno y con las ideas, prácticas y productos de otras culturas.
Vale volver a la definición de cultura adoptada por la UNESCO:
Cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a los grupos humanos y que comprende, más allá de las artes y las letras, modos de vida, derechos humanos, sistemas de valores, tradiciones y creencias.
Es sobre este concepto enriquecido de cultura que se dan hoy las bases para la planeación de ofertas educativas en gestión cultural. Tradicionalmente las culturas estaban indisolublemente unidas a un territorio, a un espacio que determinaba el modo de ser de la comunidad, pero a partir de los inventos de los últimos cien años y especialmente a partir del avance de las tecnologías
de la comunicación, el panorama de las culturas se presenta cada vez más complejo y desdibujado. Asistimos hoy a fenómenos de desarraigo en las “urbes electrónicas”, a la diseminación instantánea de productos que transforman las culturas a distancia anulando valores y costumbres de larga tradición.
Los fenómenos de globalización e internacionalización de la cultura han generado múltiples y complejas tensiones en los diferentes escenarios sociales. Este conjunto de fenómenos y múltiples entrecruzamientos producen un escenario calificado por algunos como crisis de civilización y por otros como superación de la modernidad, posmodernidad y fin de la historia, o bien como modernidad reflexiva. En este contexto los territorios, las acciones humanas y los actores sociales tienen interconexión planetaria, manifestándose así tensiones complejas entre lo plural y lo singular, lo colectivo y lo individual, la tradición y la modernidad, propiciando rupturas profundas en las dinámicas y formas de relacionamiento de las instituciones, las organizaciones y los sujetos.
Los avances científico-tecnológicos en materia de microelectrónica, informática y telemática son los soportes de los procesos actuales de transculturización y globalización. El mercado es el escenario y paradigma de lo global. Todo ello ha generado profundas fragmentaciones culturales e identitarias. Lo económico, lo social y cultural establecen relaciones en múltiples sentidos con lógicas distintas, en escenarios diversificados.
Frente a esa situación resultan más necesarias que nunca las reflexiones y debates en torno a la esencia misma de lo cultural, la identidad cultural, la interculturalidad, los efectos de la globalización en las culturas nacionales y regionales y las acciones que se requieren en cada país y cada comunidad para asumir adecuadamente la internacionalización actual de la cultura, sin que ello implique sacrificar lo propio.
Hoy más que nunca, en el mundo globalizado e interconectado en que vivimos, las políticas estatales cumplen un papel fundamental en lo que tiene que ver con la cultura de una nación. Al Estado le corresponde ser líder, mediador y negociador en los procesos de desarrollo cultural, favorecer y estimular todas las prácticas que contribuyen a fortalecer la cohesión social y los valores culturales, apoyar las iniciativas de la sociedad civil, y proteger las culturas regionales que lo conforman, potenciando los valores que les son propios y estimulando procesos de construcción de identidad.
La gestión cultural trata de establecer una comunicación productiva entre los discursos sociológicos y antropológicos y las instancias sociopolíticas, con miras a lograr un mutuo enriquecimiento entre niveles teóricos, socioculturales y técnico-administrativos. Es por lo tanto un campo de debates teóricos y controversias ideológicas en torno a los conceptos de cultura, identidad, región, territorio, globalización, modernidad y posmodernidad, lo privado y lo público, diversidad y cultura, y un quehacer que recoge todos los conflictos de los contextos donde actúa. Pero más allá de los debates teóricos, la finalidad de la gestión cultural está centrada en promover todo tipo de prácticas culturales en la vida cotidiana de una sociedad, que lleven al reconocimiento de la diferencia, a la invención y recreación permanente de las identidades y al descubrimiento de las razones para la convivencia social democrática. Dentro de una amplia concepción de esta profesión, que va ganando terreno, la acción cultural de los gestores es un factor de crecimiento y desarrollo social, en cuanto promueve prácticas que le otorgan horizonte y sentido a los fines del desarrollo.
Los niveles de formación, su constitución y su base
institucional. La educación informal en la gestión
cultural
Los niveles de formación en el tema de la gestión y la promoción cultural están dados en las primeras experiencias que se construyeron, soportadas en lo institucional según sus categorías, donde los gestores se hicieron en las localidades, en las primeras casas de la cultura y las bibliotecas, y en los centros comunitarios donde surgió el líder cultural nato que ligado a los procesos comunitarios y bajo las organizaciones sociales primarias hizo evidente la presencia de lo cultural como medio comunicacional-expresivo y legitimador de identidad. Aparece aquí el concepto del promotor cultural comunitario que construyó sus propios códigos y lenguajes como parte de un proceso político, en un primer acercamiento al reconocimiento del gestor cultural formado con herramientas propias basadas en procesos de actitud y aptitud propios del líder, apoyado en un vínculo y un reconocimiento a la realidad social de su comunidad y en la búsqueda de distintas rutas y formas de generar bienestar para ella.
El entorno cultural y las características del líder, gestor cultural
Las reformas político administrativas en Latinoamérica han originado cambios importantes en la vida cultural, especialmente entre los gobiernos locales, las administraciones centrales y las comunidades, obligando a modificar los estilos de gestión tradicional no sólo en términos de recursos sino también de las relaciones con la sociedad local buscando, sobre una plataforma cultural clara y coherente, estimular las potencialidades del desarrollo regional.
Se define la potencialidad de un nuevo gestor y promotor cultural que aunque formado en la base debió y debe adoptar herramientas más formales para que su participación en los procesos de transformación sociocultural del propio entorno se construya sobre una línea coherente y legítima.
Como parte de la formación humanística del gestor cultural se requiere también la asimilación de las reflexiones que ha construido la filosofía en torno a la esencia de lo artístico, la creatividad humana y, en general, el conocimiento sensible, así como aprendizajes relacionados con la historia de las artes (visuales, música, danza, teatro, literatura) y el acceso a experiencias pedagógicas orientadas a la apreciación, valoración, uso, disfrute y crítica estética de las obras artísticas. Todas estas experiencias y conocimientos configuran una base indispensable y le aportan al futuro profesional criterios para la valoración, animación y promoción de las prácticas culturales en general y permiten dotar al individuo de capacidad para el disfrute y valoración de las múltiples prácticas y productos a través de los cuales las sociedades materializan su visión del mundo y de la vida.
Conjuntamente con la asimilación de los necesarios conocimientos que aportan la historia, la antropología y la sociología, la formación de los profesionales que han de dinamizar la cultura en las comunidades requiere del acceso a las reflexiones que permiten la valoración y la comprensión del arte y de todas aquellas prácticas que pertenecen al orden de lo simbólico. La estética, reconocida como disciplina filosófica desde el siglo XVIII, ha aportado desde épocas muy antiguas valiosas reflexiones que han estimulado la apreciación y el disfrute de los valores intangibles que se materializan en los productos y prácticas culturales, y la creación permanente de nuevos productos. El desarrollo del sentido estético, el conocimiento de los valores que la historia del arte ha destacado, y el contacto con las producciones y las ideas estéticas del arte contemporáneo, fortalecerán en los gestores culturales la capacidad de valorar y promover las particularidades y potencialidades creativas del entorno social donde han de desarrollar su trabajo.
Se requiere desarrollar un modelo educativo para la formación profesional del gestor cultural, que promueva los procesos de formación del talento humano que requieren las regiones, incidiendo en la comprensión y asimilación de las nuevas realidades culturales que caracterizan a muchas localidades, rompiendo de una vez la dicotomía educación-cultura que las instituciones educativas han mantenido, dado su excesivo apego a los contenidos formales de la educación y al temor de alejarse del carácter “científico” de la formación que imparten. El sentido de esta formación deberá aportar a los sujetos la claridad en torno a la visión del desarrollo que requieren las regiones.
Así, debemos formar un gestor cultural con amplio sentido critico, capacidad para aprender e investigar, que desarrolle la búsqueda de nuevos procedimientos y propicie un encuentro más con la incertidumbre que con las certezas.
La formación profesional del gestor cultural debe integrar ámbitos de acción muy diversos. Se requiere por un lado el desarrollo de todas las habilidades del gerente-líder, que lo capaciten para la planificación y la administración, la elaboración y el desarrollo de proyectos, el mercadeo y el manejo de los medios de comunicación. Al mismo tiempo, es fundamental que adquiera una sólida formación humanística y axiológica, que le asegure una comprensión básica del devenir histórico de la cultura universal y local y de los fenómenos culturales contemporáneos, con un alto sentido de su papel como ciudadano en el devenir de su región y su localidad, y con capacidad de generar nuevos conocimientos a través de la investigación. Como parte de su formación humanística se requiere también el conocimiento de la estética y el acercamiento sensible a las artes del pasado y del presente, pues ello le permitirá desarrollar su capacidad de juicio estético, y le aportará criterios para la valoración, selección y promoción de las prácticas culturales. |