Los caminos de esta ruta nos conducen a viejas haciendas e ingenios, pero también a mercados y fogones, a cañaverales, milpas, huertos y sembradíos de arroz, frijol y café.
Al camino originario de maíz y de chile, se sumó la caña de azúcar y especies y todos aquellos productos del mestizaje colonial para producir platillos como la barbacoa, la cecina, los mixiotes y embutidos que, con tortillas y salsas, son el mejor itacate o provisión para el viajero.
Cada rincón de la ruta cuenta con joyas culinarias como el mole de San Pedro Atocpan; los nopales de Milpa Alta; la cecina de Yecapixtla; los mixiotes de la sierra; el pozole de Tlaltizapán o las nieves de Tulyehualco.
Comer en esta ruta permite acercarse a la tierra y a quienes la trabajan. Los anafres y molcajetes, los metates, las cazuelas, los cucharones, nos remontan al mundo de hace 100 años, cuando un puñado de rebeldes, inspirado por un ideal de justicia, reivindicó el derecho de los campesinos a mantenerse fieles a su tradición.