Fotos: Limbo total
Ricardo Castillo mueve su cuerpo al ritmo de la poesía. Ya sea en la página de uno de sus libros de poemas o en el escenario donde los dice justo en el momento de registrarlos en la grabadora digital que se acaba de comprar. Castillo (nacido en Guadalajara en 1954) mueve su cuerpo y la poesía desde antes de comenzar a escribir poemas; desde antes de editar el primero de sus libros (El pobrecito señor X, 1976); desde antes de subirse a las tablas solo o con Jaime López o Gerardo Enciso.
Ahora, el movimiento de su cuerpo —de su cuerpo poético— está al gozosamente descubierto y se muestra cada vez que entra en escena, ya sea en presentaciones y espectáculos, o con la aparición de una nueva obra: Il re Lámpago.
Victor Ortíz Partida: A través de los años has seguido un camino que se percibe así: de escribir en una hoja de papel y publicar, a crear un poema y leerlo en público. ¿Cómo describes ese proceso?
Ricardo Castillo: Señalaría la presencia de algo previo al papel y, por lo tanto, a la escritura: La experiencia física, orgánica, no escrita, del poema; una experiencia individual, intransferible, que induce precisamente a poner palabras sobre el papel. Ya después puede venir eso de crear o no, de estimar haber logrado lo que se pretende o no, y en esa medida querer publicarlo o no. Supongo que del carácter de la experiencia de lo no escrito depende el adn de la poética personal. Esa experiencia como el origen de una decisión individual: Escribir en un papel. Supongo también que esta decisión implica para cada quien un modo de relación particular con la palabra, que en mi caso, por varias razones y en diferentes épocas, ha estado muy ligada a esa modalidad no escrita, visual y sonora, de raíces orales.
Mi decisión de escribir pasa por la práctica previa de escuchar y/o decir adivinanzas, albures, trabalenguas, Cri-Cri, Lara, etcétera. Por ejemplo, cuando mi papá se enfiestaba, irrumpía en la casa recitando el Romancero gitano. Incluso, las muchas canciones que cantaba mi mamá contribuyeron a que yo quisiera algún día escribir en una hoja. Quiero decir que escuchar versos me llevaba a sentir que se trataba de otra manera de hablar o, mejor, de otra voz para hablar de otra forma. Mi atracción primera hacia los versos responde al influjo sonoro de las palabras. Intentar —¡oh iluso!— escribir ese sonido. Desde el principio ya estaba el germen de lo que se señala al final de mi proceso: Decir poemas. Pero es cierto que a causa de lo que me tocó por la época, o por lo que decidí o encontré en el camino de mi (de)formación, me vi llevado cada vez más hacia la exigencia de una palabra que fuera susceptible de ser escuchada en la experiencia individual, escrita en el papel y dicha en su cuerpo sonoro. Escribir como te suena y decir cómo suena lo escrito.
VOP: Desde la década de los años ochenta has participado en espectáculos poéticos. Estás acostumbrado a decir poesía en el escenario. En general, los poetas leen sus poemas; algunos los dicen de memoria y con más intención. En tu caso, en los últimos años, no sólo dices tus poemas sino que también te mueves en el escenario. Si seguimos este proceso tuyo, ¿se podría decir que en este momento sin cuerpo no
hay poesía?
RC: La lectura pública es una herramienta formativa fundamental para un poeta. Para mí, leer poemas fue siempre tan importante o más que publicar, pues es en la lectura donde puede uno enterarse si el poema tiene o no vida propia, que es, finalmente, lo que uno quiere creer cuando entrega algo para su publicación. La convicción de que si la obra está bien escrita, debe sonar de forma que establezca una corriente eléctrica, física, entre la voz y los que escuchan. No tanto la aceptación o el rechazo del espectador, sino la calidad del ambiente en la sala, una especie de silencio independiente, producido, paradójicamente, por las palabras del poema.
Por supuesto, pronto me enteré de que si un poema funciona en la lectura una vez, no por eso queda comprometido a funcionar en la siguiente. Incluso, es posible que ni siquiera mi percepción de dicho silencio sea garantía válida para que alguien además de mí lo perciba. En la lectura hay que hacer funcionar al texto cada vez que se dice, y este hacer es un acto físico, porque esa voz que puede salir del estómago, el pecho, la garganta o la boca, involucra al cuerpo de quien dice y escucha. La lectura es una forma de publicación, una que no puede ofrecer el libro. El poema y su otra forma de ser. Para el hombre, al menos en esta vida, no hay poesía —y, tal vez, nada que sea posible— si el cuerpo no participa de un modo determinante. La prueba es que no conocemos a ningún poeta que no haya tenido cuerpo cuando escribió sus poemas. Mientras no sea la muerte, el cuerpo reaccionará o colaborará con la vida como recipiente o como influjo, incluso, sospecho, en el abandono místico. Es necesario tener un cuerpo hasta para poder morir. En el cuerpo no se da la separación externa entre razón y subjetividad, o entre la inteligencia y la intuición, porque la razón y la inteligencia residen en él mismo.
Tropezar o saltar, resolver una ecuación o escribir un poema son actos físicos que requieren procesos orgánicos.
VOP: ¿Cómo ha entrado en juego todo el cuerpo en tu manera de decir poemas? ¿Cómo fuiste adquiriendo conciencia del cuerpo? ¿Cómo fueron entrando cada vez más los gestos del cuerpo en tus
presentaciones?
RC: Leer con frecuencia desde los años setenta me llevó a la conciencia de la voz. Una voz que, sin pretender ser la de todos los días, se orientaba a desaparecer mi persona habitual para intentar encarnar la voz del poema. Un desdoblamiento que se emparenta un poco con lo histriónico. No se trataba de leer tus poemas con tu voz, sino con la voz interior de los poemas. Este desdoblamiento debe ser físico, corporal. Un asunto extraescritural, pero no extraliterario, pues, como sabemos, en la historia de la poesía primero fue lo oral y luego lo escrito. Por la época o por lo que encontré en el camino me fui acercando a todo esto. Por un lado, la heterodoxia sesentera y setentera con Dylan, Morrison, Lennon, maestros del fraseo y el canto hablado; y, por el otro, los encuentros decisivos para esta ruta con Mario Santiago, un verdadero hipnotizador cuando decía poemas, además de las lecciones de métrica de Ernesto Flores y Ricardo Yáñez, asimiladas con harta heterodoxia, hasta llegar a la colaboración con Jaime López, un poeta y un versificador en verdad excelente.
Mi contacto con Jaime López fue con motivo de hacer el numerito de Concierto en vivo, en 1982. Resultó decisivo para mi forma de leer: Gracias a él pasé de tener conciencia de la voz, a tener conciencia de la menoría física. Desde esta época empiezo a prescindir del papel escrito y a decir los textos de memoria. Y cuando uno se libera del libro o de la hoja de papel para leer, se tienen las manos libres, puede estar uno de pie, caminar, cambiar el ángulo del rostro para dirigirse al espectador, es decir, es posible intentar ser la voz y el cuerpo del poema. Todo esto lo pude seguir desarrollando gracias a mi buena relación con Gerardo Enciso, con quien hice Es la calle, honda y, luego, Borrados. Y hasta la fecha, presento con Fernando Vigueras (guitarra y medios electrónicos) y Juan Pablo Villa (voz) una selección de Il re Lámpago, el último libro de poemas.
VOP: El cuerpo, por lo general, queda fuera de la lectura de poesía. Sí está como tema presente en la poesía, pero casi nunca encarnado en la lectura y menos en quien los dice. En ese contexto, ¿cómo te consideras como poeta?
RC: Como uno al que le gusta el desdoblamiento de la persona en la voz y el cuerpo del poema. Uno que ha querido ver en el texto escrito no tanto la poesía del futbol, sino el futbol de la poesía.
VOP: ¿Esta manera de decir los poemas ha influido en la escritura de tus poemas? ¿Cuando escribes piensas en que los vas a decir? ¿En los últimos años cómo ha sido el proceso de creación de un poema tuyo?
RC: Sí que ha influido, en mayor o menor grado, según el poema y la época de que estemos hablando. Más que pensar en qué decir, a últimas fechas he albergado la esperanza de lograr saber qué está queriendo decir el poema y resolverlo. En los últimos años, el procedimiento de escritura sí ha contemplado la necesidad de cubrir la exigencia de que el poema sea dicho en voz alta, observar acentos, inflexiones y reacciones corporales, pero por lo general nunca he desechado su escritura final, si acaso puedo haber compuesto algunos textos sin tener con qué escribir, pero en última instancia siempre me apuro a escribirlo. La escritura siempre me ha interesado y nunca he visto una disyuntiva entre decir poemas o escribirlos. Simplemente me parece que son dos modalidades diferentes y complementarias de lo mismo.
VOP: ¿Hacía dónde va tu poesía y con ella tu voz y tu cuerpo? ¿Cómo vislumbras el camino?
RC: No lo sé. Por ahora me entretengo con algo que llamo “poemas fonéticos”, que no pueden ser escritos. Me compré una grabadora digital que es una maravilla, los grabo directamente y después los trabajo en un programa de estudio de grabación. No los escribo, pues no están compuestos con palabras conocidas, sino por cadenas silábicas.
No sé a dónde me llevarán estos ejercicios, pero por ahora me divierto en serio. Hay una gran posibilidad en todo lo que ofrece la revolución tecnológica para la poesía. Extensiones del libro de poesía que se concretan en discos, videos, páginas Web o performances multimedia. Las narrativas no lineales que ofrecen estos medios parecen brindar nuevas posibilidades de elaboración para el discurso poético. En ocasiones me pregunto si volveré a escribir un libro de poemas como tal. Seamos claros, el mundo entero vive una situación en la que, por lo general, el libro de poesía nace muerto, sin las elementales condiciones de circulación. Materiales que pronto serán tratados como papel desperdiciado. Y no es que esté afirmando que debemos dejar de publicar libros de poesía, cosa loca (aunque sea un poco loco publicarlos), sino de ser congruentes con la situación y pensar que es evidente y que es necesario hacer algo más, algo afín con los tiempos que corren. Me gustaría involucrarme en proyectos colectivos e interdisciplinarios, tal vez hacer un taller experimental, y desde ahí generar trabajos poéticos, pero en realidad esto apenas está despuntando.