Justo Sierra, impulsor de la educación en México

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Comunicado No. 158/2011
26 de enero de 2011

***Conaculta rinde homenaje al fundador de la Universidad Nacional de México en el 163 aniversario de su natalicio que se cumple este 26 de enero

Justo Sierra Méndez (Campeche, Campeche, 26 de enero de 1848; Madrid, 13 de septiembre de 1912) fue llamado el Maestro de América por su incansable defensa de la educación; fue escritor, historiador, periodista, poeta y político mexicano, y decidido promotor de la fundación de la Universidad Nacional de México, hoy Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Conaculta rinde homenaje al educador, pensador y político mexicano en el 163 aniversario de su natalicio.

       Justo Sierra, de ideas liberales, ha sido identificado con los planteamientos del Positivismo, que sostuvieron en el poder a Porfirio Díaz. Desde 1892 expuso su teoría política sobre la “dictadura ilustrada”, pugnando por un Estado que habría de progresar por medio de una sistematización científica de la administración pública. Ya en 1893, exclamó su célebre frase: “El pueblo mexicano tiene hambre y sed de justicia”.

       Escribió también varios libros de historia para la educación primaria. Dirigió la publicación de México, su evolución social, (1900 -1902) y de la Antología del Centenario, (1910). En colaboración con Manuel Gutiérrez Nájera, Francisco Sosa y Jesús E. Valenzuela creó la Revista Nacional de Letras y Ciencias, donde se publicó su libro La evolución política del pueblo mexicano. Otro de sus más importantes libros es Juárez, su obra y su tiempo.

       También fue miembro de número desde 1887 y presidió la Academia Mexicana de la Lengua (1910-1912).

Poeta y periodista

Hijo del novelista e historiador Justo Sierra OReilly, Justo Sierra Méndez se trasladó a la Ciudad de México a la muerte de su padre (1861), y entró en contacto con los mejores poetas y literatos de ese tiempo, entre éstos Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Acuña, Guillermo Prieto, Luis G. Urbina, artífices de la Revista Azul y de la Revista Moderna. Sierra incursionó en el relato, en el cuento, la novela y el teatro.

       Así mientras cursaba sus estudios, Sierra comenzó a publicar en los diarios de la capital. Sus poemas se publicaron en el periódico El Globo, y se dio a conocer con su famosa Playera, un poema que leyó en las veladas literarias de Ignacio Manuel Altamirano. A partir de 1868 publicó sus primeros ensayos literarios; en el Monitor Republicano inició sus “Conversaciones del Domingo”, artículos de actualidad y cuentos que después serían recogidos en el libro Cuentos románticos; publicó en la revista El Renacimiento su obra El ángel del porvenir, novela de folletín que no tuvo mayor impacto. Escribió también en El Domingo, en El Siglo XIX, La Tribuna, y La Libertad, de la que fue su director y en El Federalista. Asimismo, publicó en El Mundo su libro En tierra yankee. Abordó además el género dramático en su obra Piedad.

       En su adolescencia y juventud al joven Justo Sierra le tocó vivir el clima de agitación política que atravesaba el país. Presenció la llegada de Carlota y Maximiliano, en 1864, y se lanzó a la calle con sus compañeros a gritar vivas a la patria y mueras a los que habían hecho posible aquel acontecimiento.

       Se recibió de abogado en 1871 y comenzó su carrera política, al margen de su cercanía con los círculos intelectuales. El escritor Andrés Henestrosa, escribió en Semblanzas de académicos que, después de ser nombrado diputado, Sierra “a la cabeza del periódico La Libertad atizó la lumbre de la causa liberal, único ideal político que siguió hasta su muerte. La muerte de Santiago Sierra, ‘mi pobre hermano que se llevó a la tumba lo mejor de mí’, hace que Sierra abandone la vida agitada y busque la soledad y la sombra. Pasan los años y reaparece transformado, engrandecido, sabio. Entonces se dedica a cumplir una obra, notabilísima, de historiador, sociólogo y maestro”.

       Antonio Caso señaló la valía de la obra México. Su evolución social y de las partes que le corresponden del libro Juárez, su obra y su tiempo, porque son “la síntesis más clara y cabal que poseemos, hasta ahora, de la época reformista y de restauración de la República; el enunciado más real y definitivo de aquel momento dramático, que inició en nuestro suelo la conquista decisiva de la libertad; es decir el pleno afianzamiento de la patria; lo cual constituye uno de los episodios esenciales de la historia constitucional de América”.

       Henestrosa destaca la posición de Sierra en favor de nuestra literatura: “Combatiente por el advenimiento de una literatura nacional, le sale al paso Marcelino Menéndez y Pelayo que aseguró que nuestra literatura patria aún no aparecía, lo que para el maestro mexicano no era de buenos parientes ni de buenos críticos. Reconocía que ningún pueblo, engendrado por otro en la plenitud de su cultura, y a quien se haya transmitido la herencia forzosa de la lengua, las costumbres y la religión, ha podido crearse a la par de su personalidad política una personalidad intelectual o literaria. Esto ha sido, cuando ha sido, obra lenta del tiempo y de las circunstancias. No quería una literatura mexicana a todo trance, a como diera lugar, paralela a la constitución y a la independencia política, sino a su tiempo, fatalmente”.

       La literatura –añade el escritor oaxaqueño en su Semblanza– era el medio en que la conciencia de un pueblo toma plena posesión de sí misma. Proclama la lengua española como el vaso único en que debíamos beber el vino nuevo. Pensamientos franceses en versos españoles, mientras llega el tiempo de poner en ellos pensamientos mexicanos –decía– ¿Opina el ilustre académico, que la historia de nuestra literatura no revela la evolución hacia cierta forma característica y que marque distintamente al grupo mexicano entre los demás de habla española?

       En el prólogo a Peregrinaciones, Sierra aconseja a Rubén Darío que vuelva a la humanidad, a su padre el pueblo. “Los poetas –le dice– deben servirse de su lira para civilizar, para dominar monstruos, para llevarlos en pos suya hasta la cima de la montaña santa en que se adora el Ideal”.

Figura pública

Justo Sierra inauguró la Universidad Nacional de México en 1910, un proyecto por el que había luchado 30 años, pues su primera propuesta ante el Congreso de la Unión data de 1881.  “El discurso que en esa ocasión pronuncia es el más perfecto de sus discursos, no sólo por el contenido y por la forma, sino por la emoción humana y patriótica que lo ilumina. La Universidad ha de investigar, pero no a espaldas del pueblo, ha de crear profesionistas, pero con sentido humano y con responsabilidad colectiva. Crear el espíritu de sacrificio en favor de los intereses de la vida social, no sólo producir ciencia, tal es la función de la Universidad”, detalla Henestrosa.

       En su discurso inaugural Sierra dijo: “No se concibe en los tiempos nuestros que un organismo creado por una sociedad que aspira a tomar parte cada vez más activa en el concierto humano, se sienta desprendido del vínculo que lo uniera a las entrañas maternas para formar parte de una patria ideal de almas sin patria; no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice.”

       Al triunfo de la Revolución, Madero lo nombra ministro de México en España. Justo Sierra muere en Madrid, el 13 de septiembre de 1912, sin ver cumplidos sus sueños de una patria donde haya “justicia y libertad”.

       Entre sus obras destacan Compendio de historia general (1878); Compendio de la historia de la antigüedad (1880); Confesiones de un pianista (1882); Historia general (1891); Cuentos románticos (1896, 1934, 1946); Juárez. Su obra y tiempo (1905-1906); Prosas (1917); Poemas (1917); Discursos (1919); Poesías, 1842-1912 (1937), y Evolución política del pueblo mexicano (1940). Este último libro se puede leer en forma digital en la página del Instituto Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com). 

       Las Obras completas de Justo Sierra fueron publicadas por la UNAM en 1948 y reeditadas en 1977, constan de 15 volúmenes. Esta edición fue dirigida por Agustín Yáñez, quién también preparó una excelente biografía en el primer tomo, la introducción y notas corrieron a cargo de José Luis Martínez.

(Con información de Notimex/JLB)