Francisco Sosa, periodista defensor de la libertad de expresión, hizo grandes aportes al género biográfico
Comunicado No. 227/2011
07 de febrero de 2011
***Conaculta le rinde homenaje en el 86 aniversario de su fallecimiento

El poeta, periodista y político mexicano Francisco Sosa (Campeche, Campeche, 1848-Ciudad de México, 9 de febrero, 1925), perteneció a una generación de intelectuales, a decir de Luis González y González, cuyo espíritu liberal dio con su cauce al leer los poemas de Azul, de Rubén Darío y en la Revista azul, donde hizo su primera comunión literaria.
Conaculta recuerda al autor de libros como Biografías de mexicanos distinguidos (1884) y Galería de contemporáneos (1884), en el 86 aniversario de su fallecimiento que se cumple este 8 de febrero, y ocasión en la que Conaculta le rinde homenaje.
Francisco Sosa se formó en los campos de la filosofía y el derecho, estudios que realizó en Mérida, Yucatán. En esta ciudad, en 1864, iniciaría su labor como periodista, al colaborar en La Esperanza y El Álbum Meridiano. También fundó, con Ramón Aldana, la Revista de Mérida.
En esa época se vinculó también con Ignacio Ramírez, “El Nigromante” y con el poeta Juan Mateos, quienes se encontraban en Yucatán obligados por una orden de Maximiliano de Habsburgo. A los 14 años publicó su primera composición poética y a los 18 editó su primer libro: Manual de Biografía Yucateca.
Para 1868, ya instalado en la Ciudad de México, comenzó su participación en El Renacimiento, la revista de Ignacio Manuel Altamirano, así como en El Federalista, El Siglo XIX, Ambos Mundos, El Eco, La Juventud Literaria, El Domingo, El Artista, La Libertad, La Revista Nacional de Letras y Ciencias, El Nacional y La Revista Universal.
En las Semblanza de Académicos (Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana, 1975), José Rojas Garcidueñas señala que “fue bien acogido; desde luego empezó a publicar en semanarios como El Domingo y El Nacional; se hizo amigo de sus contemporáneos escritores como Juan de Dios Peza, Agustín Cuenca, Manuel Acuña, y naturalmente de sus paisanos Justo y Santiago Sierra, viendo como maestro a Ignacio M. Altamirano y a don Vicente Riva Palacio”.
Poco más tarde –añade Garcidueñas– reunió en un volumen parte de su obra juvenil (la prosa, pues los poemas fueron quedando, sin recopilar, en los periódicos en que fueron apareciendo), narraciones que llamó Doce leyendas (Imprenta de Ireneo Paz, 1877), título inexacto, porque las más son novelas cortas… Todas son de una composición harto simple, de estilo bueno y de un agudísimos romanticismo, como el que privaba en México, y aun persistió en provincias, hacia 1870; el romanticismo cuyo más notorio exponente fue Acuña, con sus amores tormentosos o imposibles, sus éxitos momentáneos, sus persistentes angustias y desesperanzas y la copa de cianuro final.
Sosa, desde muy temprano, descubrió el gusto por mezclar material histórico en su producción literaria. De su producción, todos los investigadores de su obra señalan dos obra: El Episcopado mexicano (1877), “meritísima recopilación, investigación y publicación de los datos de vidas y obras de la larga serie de los arzobispos de México”, libro ilustrado con litografías de los editores, Iriarte y Hernández, dos de los grandes litógrafos de México en el siglo XIX . El otro, Biografías de mexicanos distinguidos (1884), que contiene más de un centenar de breves biografías y semblanzas de personajes notables, donde con muy amplio y buen criterio figuran desde los Padres de la Patria hasta muchos ilustres médicos, ingenieros, militares, eclesiásticos, etcétera.
Actividad política
Como muchos de los intelectuales, poetas y escritores de su tiempo. Sosa desarrolló a la par una intensa actividad política. En Mérida, por sus artículos con críticas al gobierno local, fue perseguido y encarcelado en la prisión de San Juan de Ulúa.
Se pronunció como militante del Partido Liberal y en 1873 fundó en compañía de Vicente Riva Palacio el periódico El Radical. Tres años más tarde, por medio de publicaciones en el periódico La Libertad y en franca oposición a la reelección de Sebastián Lerdo de Tejada, apoyo la candidatura a la presidencia de José María Iglesias.
Se unió a la revolución de Tuxtepec, liderada por el general Porfirio Díaz. Fue nombrado, en la capital de la República, director del Archivo de la Secretaría de Fomento. Ya en 1868 había sido prefecto de Coyoacán.
Sosa propuso, en 1887, al gobierno de Don Porfirio Díaz, que se colocaran estatuas de personajes relacionados con el movimiento de la Reforma, en lo que ahora se conoce como Paseo de la Reforma, sugiriendo dos por cada estado de la república.
“En 1895 se inauguró la primera parte de estatuas y jarrones que quedaron instaladas en el tramo comprendido entre las glorietas de Carlos IV y la del Monumento de Cuauhtémoc. Con el correr de los años, se fueron colocando el resto de estatuas en el tramo que va de Cuauhtémoc a la Columna de la Independencia y desde Carlos IV hasta la Glorieta de Cuitláhuac”, escribió.
También llegó a dirigir la Biblioteca Nacional, hasta 1912 en que Francisco I. Madero lo destituyó. Fue por largo tiempo diputado federal y senador.
Viajes e historia
Rojas Garcidueñas señala la valía de la obra de Sosa: “Poeta romántico, periodista muy joven y hasta su vejez, escritor prolífico; seguramente las más valiosas de sus aportaciones a las letras mexicanas quedaron en el género biográfico, que cultivó tan larga y copiosamente, y también en las monografías históricas, de todo lo cual apenas si se han dado los datos esenciales en estas páginas, que no registran de ningún modo su bibliografía completa.
Añade que combinado lo biográfico con la historia del arte escribió varias monografías, estimabilísimas para los estudios de hoy, como fueron: Las estatuas de la Reforma (1900), donde describe a los sobre los personajes y los bronces que los representan. También abordó la obra de Jesús Contreras y otros escultores, en el Paseo de la Reforma; El monumento a Cuauhtémoc (1887); El monumento a Colón (1879); e hizo un Bosquejo histórico de Coyoacán (1890), y otros muchos estudios más.
En 1892 fue designado miembro de la comisión mexicana que fue a España para tomar parte en la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América; en seguida visitó, con cierto detenimiento, varios países de Europa, muy especialmente Italia. Más tarde, en 1903, publicó un pequeño libro Recuerdos de Italia.
Don Francisco Sosa pasó muy largos años recluido en su vieja casa de Coyoacán, situada en la calle que, desde hace algún tiempo, lleva su nombre. Enfermedades, soledad y grandísima pobreza amargaron la última etapa de su vida, que se extinguió el 9 de febrero de 1925.
Don Francisco ingresó a la Academia Mexicana en marzo de 1892, ocupando la silla número V; más tarde fue nombrado Bibliotecario de la propia Academia, cargo que ocupó varios años. También fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, del Liceo Hidalgo y del Liceo Mexicano.
Autor de multitud de obras en los géneros de la historia, la biografía, la poesía, el cuento y la leyenda, además de editor y traductor, Francisco Sosa cuenta entre sus libros los siguientes títulos: Manual de biografía yucateca (1866), El episcopado mexicano (1871), Biografías de Mexicanos distinguidos (1884), Magdalena (leyenda, 1871), El doctor cupido (leyenda, 1873), Galería de contemporáneos (1884), Ecos de gloria (poesía, 1885), La Jerusalem libertada (traducción de la obra de Torcuato Tasso, 1885), Historia antigua y de la conquista de México (edición de la obra de Orozco y Berra, 1868) y Breves notas tomadas en la escuela de la vida (1910).
Otros de sus escritos son Efemérides históricas y biográficas (dos tomos, (1883); Recuerdos (colección de sonetos, 1888); El Himno Nacional Mexicano (1889); Escritores y poetas sudamericanos (1900) y Breves notas tomadas en la escuela de la vida (1910).