Juan O’Gorman, el pintor excepcional y el arquitecto irrepetible
Comunicado No. 95/2011
18 de enero de 2011
***Conaculta rinde homenaje al artista de quien este 18 de enero se cumplen 29 años de su fallecimiento
***Es considerado como el padre de la arquitectura moderna en México. Diseñó, entre otras, la Casa-Estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo
Singular, irrepetible y radical son calificativos que describen a Juan O’Gorman, un arquitecto y pintor mexicano considerado como uno de los creadores más representativos del arte en México del siglo XX. Conaculta le rinde homenaje este 18 de enero en que se cumplen 29 años de la muerte de quien también ha sido nombrado como el padre de la arquitectura moderna en México.
Juan O’Gorman, hijo mayor de Cecil Crawford O’Gorman y de Encarnación O’Gorman, nació el 6 de julio de 1905 en Coyoacán. Fue el mayor de cuatro hermanos procreados por el ingeniero químico británico de origen irlandés y por una dama de raigambre aristocrática y formación profundamente religiosa nacida en la Ciudad de México.
La formación típicamente británica impuesta por el ingeniero inglés al niño y al adolescente que llegaría a ser un artista singular, le resultó siempre desagradable y opuesta por completo a sus conceptos sobre la vida y sus ideas revolucionarias de libertad, aunque nunca dejó de reconocer ciertas virtudes de su padre e incluso de agradecerle que le hubiese enseñado historia, los principales autores clásicos británicos y el idioma inglés.
Tras sus estudios elementales y secundarios, O’Gorman se inscribió en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se graduó sin repetir ningún curso. Posteriormente, decidido a ampliar en lo posible los conocimientos técnicos que le parecían necesarios para su actividad profesional, optó por la ingeniería como complemento a su formación.
La pintura llenaba sus momentos de ocio y la utilizaba sólo como un medio para relajarse, para olvidar las horas de concentración y de estudio. Pero lo que había empezado como una afición, como una actividad lúdica o suplementaria, fue interesándole más y más, fue exigiéndole un lugar de privilegio hasta convertirse, poco a poco, en su ocupación habitual. El arquitecto en ciernes comenzaba a mostrar los rasgos del futuro pintor.
Juan O’Gorman siempre será recordado por su importante contribución al desarrollo de la arquitectura mexicana contemporánea, en la que desempeñó un decisivo papel de pionero. Influido por las teorías del funcionalismo (que exigían una definición, previa al proyecto, de las “funciones” a las que se destinaba el edificio para adaptar, así, sus formas a las necesidades previstas) y de la arquitectura orgánica, construyó escuelas y casas-habitación, entre otras la de sus amigos Diego Rivera y Frida Kahlo.
Destaca también el proyecto que realizó para la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria, de cuya dirección de obras se encargó personalmente y que le sirvió para dejar constancia de su voluntad experimental e innovadora, al diseñar para sus muros exteriores un gigantesco mural de piedras multicolores, que representaba el desarrollo histórico de la cultura nacional.
Admirador de los arquitectos funcionalistas europeos, especialmente de Walter Gropius, portaestandarte de la célebre Bauhaus, y de Le Corbusier, concebía la arquitectura y el urbanismo como una adaptación a las exigencias sociales, económicas y técnicas del siglo XX. Sus obras se caracterizaron esencialmente por el empleo del cemento armado, los exteriores asimétricos y una constante búsqueda de aire y luz. Sin embargo, gracias a la influencia que ejerció en él su profesor José Villagrán García, fue evolucionando hacia la corriente que ha dado en llamarse “nuevo barroco mexicano”. Proyectó entonces edificios cuyas raíces se encuentran en las iglesias coloniales, en las construcciones religiosas previas a la Revolución Mexicana.
O’Gorman no fue un arquitecto común y corriente, sino alguien que siempre caminó por fuera de la vereda. Lo mismo sorprendió por sus innovadoras edificaciones a temprana edad, que por su calidad como artista plástico.
Juan O’Gorman, dice Carlos González Lobo, profesor e investigador de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, no es un arquitecto al que se pueda homologar o comparar con otros sin cometer incorrecciones con él y con los otros. “Los otros son arquitectos que siguen una disciplina socialmente aceptable, Juan, por el contrario, fue un ajeno, un otro, nunca fue inclusivo sino que siempre, de alguna manera, sus aproximaciones a las cosas fueron periféricas y quizá por eso tan exitosas”.
Un ejemplo de la singularidad de O’Gorman, recuerda González Lobo, es que en 1932, con un millón de pesos dirigió la construcción de 24 escuelas nuevas así como la reparación de otras 29. Para mayor claridad acerca de este dato, basta saber que 10 años antes, en 1922, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia utilizó un millón de pesos para construir sólo una: la Escuela Benito Juárez.
“O’Gorman enfrentó la necesidad de hacer una arquitectura desnuda, o en los huesos, para poder, con ese millón de pesos, atender a todas las escuelas. Encontró cómo hacer una arquitectura que tuviera la máxima eficacia con el mínimo de inversión. Esto es tan singular que no se vuelve a encontrar en la arquitectura mexicana, por eso sigue siendo motivo de homenajes”, indicó González Lobo.
Para el arquitecto Francisco Serrano la obra de O’Gorman se puede describir en pocas palabras: “Fue un arquitecto de vanguardia que entendió muy bien su momento. Un radical que supo aplicar la vanguardia a su contexto mexicano”.
La obra magistral de Juan O’Gorman se comienza a gestar en 1948, cuando fue invitado para que proyectara, con los arquitectos Gustavo Saavedra y Juan Martínez de Velasco, el edificio de la Biblioteca Central de la UNAM, al que se había concedido una posición preponderante en el Plano de Conjunto de Ciudad Universitaria.
“Juan era un Boy Scout de la arquitectura y las artes plásticas, por lo que en Ciudad Universitaria intenta un doble artificio: resolver cómo hacer arquitectónico el muralismo al aire libre y cómo hacer un edificio para que la luz no afectara los libros. Así resolvió hacer una caja absolutamente cerrada para solucionar el problema fotofóbico de los libros. Esto podría ser un objeto enormemente pesado y lamentable en la imagen de Ciudad Universitaria. Entonces decidió recubrirlo con una piel de piedra modulada en cuadros de 90x90 en la que desarrolla un gran mural”, indicó González Lobo.
Es importante destacar que una de las máximas preocupaciones de O’Gorman, tal vez su anhelo estético más emblemático, fue la unificación de pintura y arquitectura en un mismo acto creador, en un idéntico marco artístico. De ahí sus constantes experiencias creativas, sus intentos encaminados a integrar en sus obras pictóricas o arquitectónicas elementos que, a priori, se consideran ajenos a los ámbitos respectivos de estas artes, los cuales le han valido ser considerado uno de los precursores en la utilización del collage y de su introducción en los medios artísticos latinoamericanos.
Mención especial merecen las casas que Juan O’Gorman construyó para los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, las cuales representan el nacimiento de la arquitectura moderna en México, según el arquitecto Teodoro González de León.
De rosa intenso el estudio de Frida, de azul el de Diego y el verde de grandes cactáceas rodeando el lugar. Así luce todavía La Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, que edificó O’Gorman entre 1931 y 1932, en la esquina de la calle de Palmas y avenida Altavista.
Se trata de dos casas cúbicas de estilo modernista. La de Diego es más grande, con un amplio e iluminado estudio de techo alto. La de Frida consta de tres pisos, igual tiene su estudio, pero es más pequeña. Están unidas por un puente en la azotea. Separado de éstas, se diseñó un pequeño cuarto que sería el taller de fotografía de Guillermo Kahlo, padre de Frida, pero aquél nunca llegó a usarlo.
El arquitecto O’Gorman propuso con este edificio ser lo más fiel posible a la necesidad humana de albergue, aplicar los sistemas de construcción modernos a la arquitectura y aprovechar las condiciones climáticas del lugar.
Por lo que respecta a la pintura de caballete, O’Gorman aborda temas complejos de intención y características diversas, que, con un predomino del sarcasmo macabro, oscilan entre el detallismo cargado de fantasía de sus Mitos y la lineal geometría de Recuerdos de Guanajuato, pasando por la sátira cruel de los Enemigos del pueblo.
En la elaboración de sus composiciones utilizó preferentemente dos técnicas: el temple o pintura a emulsión, sobre soporte de manosite, para sus cuadros, que obtienen así unos colores luminosos y duraderos; y el fresco, para sus murales. La suya es una producción que refleja inquietudes sociales y nacionalistas. Fue el inventor de formas nuevas a través de creaciones arquitectónicas y, al mismo tiempo, el continuador del puntillismo, recreando más que nunca el poder del detalle sobre el conjunto global de la obra.
Con todo, el aspecto más interesante de sus trabajos, y el que le ha conferido un lugar destacado en el panorama de la pintura mexicana contemporánea, es la excepcional calidad de su trazo, su sabia organización de la perspectiva que evidencia su formación de arquitecto y, sobre todo, su factura detallista, su creación de verdaderas miniaturas de perfecto acabado y orden, perceptibles incluso en el interior de sus amplias composiciones murales.
En su repertorio de imágenes y de estilo tradujo gran parte del misterio propio de México, asumiendo y aglutinando vestigios de las civilizaciones precolombinas, del barroco macabro de los cultos fúnebres heredados de España y amplificados hasta la obsesión, de los colores y visiones de la vida cotidiana indígena, reflejados siempre con sencillez y claridad, cual de una fórmula matemática se tratara.
Juan O’Gorman fue miembro de la Academia de Artes, recibió en 1972 el Premio Nacional de Artes, por su aportación a los campos artísticos pictórico y arquitectónico. Algunos lo recuerdan como un radical capaz de treparse por la fachada de la Catedral Metropolitana para conquistar a una chica o de liarse a golpes con algún pintor; como un ser ciertamente difícil y a la vez adorable que a sus 66 años había declarado no poseer odios personales contra nadie, que aseguraba que para él la vida había sido una fiesta.
Sin embargo, escribe Roberto Vallarino en O’Gorman (Grupo Financiero Bital, 1999), ya desde entonces el arquitecto y pintor empezó a hablar, obsesivamente, de suicidio. “Y lo planeó con minuciosidad. Lo inventó en sus adentros y después hablaba de él como de cualquier otro tema con sus amigos, familiares y conocidos. El hecho es que ese hombre múltiple que lo habitaba y de cuya existencia dejó constancia en su Autorretrato múltiple, pintado en 1950, se quitó la vida de manera trágica el 18 de enero de 1982. Tal vez el pequeño demonio rojo que aparece en su hombro del arquitecto susurró a su oído los versos de Muerte sin fin de José Gorostiza: ‘¡Tan tan! ¿Quién es? Es el Diablo…’”.