En el aniversario 52 del pintor Guillermo Scully, su obra sigue más viva que nunca 08/marzo/2013 00:00 Artes plásticas y fotografía El pintor, nacido el 6 de marzo 1961 y fallecido el 4 de febrero de 2011, fue en vida aclamado por la crítica nacional e internacional, siendo considerado por los expertos como un heredero directo de Covarrubias. Creía en el arte como un patrimonio humano que no debía escatimarse por las poses que marcan los cánones del mercado. Expuso su obra lo mismo en alguna galería de renombre internacional que en una colectiva para apoyar a nuevos talentos. El pintor Guillermo Scully estaba convencido de que todos los hombres pertenecemos de una u otra manera al arte, a ese lenguaje que solo puede apreciarse al abrir el alma y transcribir las voces mas profundas de nuestros abismos personales. Enemigo de todo lo mediático, lo prefabricado, de la velocidad sin sentido que marca el mundo moderno, Scully no tenía televisión, no usaba automóvil, miraba a los teléfonos como algo tan fastidiosamente necesario que perdía dos o tres cada año, según recuerdan familiares y amigos cercanos. Lo suyo, dicen, eran las mañanas de café leyendo el periódico o trazando algún boceto con tinta, las caminatas por el parque amenizadas por su puro de Veracruz, las largas comidas de domingo en compañía de amigos y las conversaciones de las que se nutria de anécdotas, vivencias, noticias y metáforas para su obra. El pintor, nacido el 6 de marzo 1961 y fallecido el 4 de febrero de 2011, fue en vida aclamado por la crítica nacional e internacional, siendo considerado por los expertos como un heredero directo de Covarrubias. Estudio en la Escuela Nacional de Artes Plásticas ?La Esmeralda? de 1980 a 1985 y desde entonces plasmó sus obras tanto en lienzos de gran formato, murales, dibujo al carbón y a lápiz, gráfica e incluso en las portadas de varios libros editados por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, entre ellos el dedicado al músico Rockdrigo González, de la Dirección General de Culturas Populares. Quienes lo conocieron, afirman que como a eso de las 7 de la noche, cuando el sol se despedía, surgía el Scully nocturno, aquel que era testigo y partícipe de los últimos estertores de la bohemia honesta de nuestra urbe, aquella de bailes, de bares y cantinas, de fiestas y centros nocturnos, de pintadas en vivo, de canciones y músicos de arrabal, de brindis espontáneos a la salud del amigo, de la novia en turno, de los presentes y los ausentes. Preocupado por bautizar con un nombre a su estilo de pintura, colmada de arquetipos de negritud, de figuras icónicas en bailes insomnes, de músicos con viejos saxofones, de siluetas tribales que danzan en la espesura de otros cuerpos, de amantes de rostros duros bajo lunas oníricas, Scully decidió crear la corriente del neosurrealismo lúdico, movimiento que bien podría traducirse como su convicción personal de que la realidad es un término relativo, si no está acompañada de cualidades humanas e imágenes arraigadas a nuestra esencia. Con generosidad, Scully llevaba su arte más allá del lienzo y el papel. Por amistad, lo mismo podía decorar con gis y lápiz la barra y los muros de un bar, que diseñar la portada de un libro, la carta de un café, o convertirse en el alma de una reunión al decorar con plumón los rostros, brazos y piernas de todas las invitadas. Al igual que Covarrubias, creía en el arte como un patrimonio humano que no debía escatimarse por las poses que marcan los cánones del mercado, Scully podía exponer lo mismo en la mejor galería de renombre internacional que en una colectiva para apoyar a nuevos talentos. Dicen su amigos y familiares que en las veladas donde la noche y la bohemia son pleonasmo, Scully era a menudo invitado a realizar una ?pintada en vivo? en algún lugar bohemio, y entre el correr de la cerveza y el vino, daba muestras de su trazo impecable, de su impresionante sentido de composición pictórica, de su detalle en el matiz y en los efectos de volumen, movimiento y color. Sin embargo, coinciden sus conocidos en que su propia obra rechazaba, como él mismo, las mitificaciones y solemnidades, invitando a imaginar el siguiente paso de baile de esa pareja en el salón pintada en tonos vivos, las notas de aquel músico curtido por la noche o la manera como serviría el café aquel mesero de La Parroquia veracruzana. Guillermo Scully y su obra fueron uno solo, coinciden quienes lo trataron en vida,  pues a través de ella hizo entender a muchos que la vida humana es más que moldes, más que cifras o  algoritmos, manteniéndose siempre en una trinchera a favor de lo humano, de lo artesanal y lo auténtico.