Jorge Ibargüengoitia, un desmitificador de tiempo completo: Juan Villoro
Comunicado No. 132/2011
22 de enero de 2011
***Conaculta rinde homenaje al autor de Las muertas, de quien este 22 de enero se cumplen 83 años de su natalicio
Dueño de un particular sentido del humor, además de una prosa precisa e impecable, el escritor Jorge Ibargüengoitia destacó primero como dramaturgo y después se consagró como novelista, su verdadera pasión, con obras cimeras como Los relámpagos de agosto, donde hizo un retrato esperpéntico de los líderes vencedores de la Revolución mexicana, y Maten al León, entre otras.
Conaculta rinde homenaje al autor de Las muertas, de quien este 22 de enero se cumplen 83 años de su natalicio. Ibargüengoitia fue ante todo un literato con alto sentido crítico. El humor de sus cuentos, sus novelas, sus obras teatrales y sus artículos periodísticos es de un sarcasmo fino y salvaje. La manera como utilizaba su ágil prosa para diseccionar y destazar, para ridiculizar y poner en evidencia a sus personajes —muchos de ellos sacados del ámbito político y social— fue la fórmula que uso para dinamitar la historia y la realidad oficiales.
Jorge Ibargüengoitia —escribe Juan Villoro— “fue el cronista rebelde de una nación avergonzada de su intimidad e incapaz de ver en su Historia otra cosa que próceres de bronce. Para el escritor guanajuatense, los héroes no se forjan en el cumplimiento del deber sino en los avatares de su muy humana condición… Desmitificador de tiempo completo, Ibargüengoitia buscó los vínculos entre la alcoba y el poder, los vapores de la cocina y el Palacio Nacional. Escribió a contrapelo en un país donde los gobiernos emanados de la Revolución definieron la vida pública de 1929 al 2000”.
Villoro, junto con Víctor Díaz Arciniega, preparó la edición crítica de El atentado y Los relámpagos de agosto (FCE, Conaculta, 2002), en la introducción al volumen apunta que para Ibargüengoitia “la Historia es siempre un disparate, un colosal acto fallido. Este ataque frontal a las gestas sociales lo apartó, no sólo de la noción de «intelectual comprometido», tan en boga en los años sesenta, sino de la estética dominante en la narrativa latinoamericana…”.
El divorcio entre la crítica y el narrador se debió a que, explica Juan Villoro, “algunos de sus primeros críticos confundieron las obras con su tema... La irreverente apropiación de la Historia nacional despertó el repudio de los oficiosos beatos del santuario tricolor y el recelo de analistas más exigentes, aunque sin duda convencionales, que pedían un trazo menos burdo de un paisaje intrincado”.
Añade que “Ibargüengoitia inventa el regreso satírico a la Revolución, y ante algunos críticos paga por el atrevimiento… Durante décadas la crítica vivió en estado de incomprensión respecto a Ibargüengoitia. A pesar de sus evidentes modelos literarios, de Quevedo a Evelyn Waugh, fue visto como un narrador tan divertido como superficial, alguien que se servía de la prosa para llegar al chiste. Harto de este desencuentro, se desahogó en entrevistas con una frase talismán: «¡No soy un humorista!».
Villoro concluye que, al final, Ibargüengoitia logró su cometido: ser entendido y valorado, porque “cuenta con una amplia legión de lectores cómplices, que ven sus personajes como una suerte de familia ampliada, llena de tíos extravagantes… Por ello, sorprende el vacío crítico en torno a su obra... Lo cierto es que estamos ante uno de los escritores más queridos y menos estudiados de nuestra literatura”.
Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, Guanajuato, 22 de enero de 1928-Madrid, España, 26 de noviembre de 1983). En 1951, ingresó a la carrera de Arte Dramático en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1951-1954), fue compañero de generación de Emilio Carballido, Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández y Héctor Mendoza. En 1957, obtuvo la Maestría de Arte Dramático en la UNAM. Gracias a una beca de la Fundación Rockefeller, estudió escritura dramática en Nueva York.
Además ejerció el periodismo, colaborando en el Excélsior, que dirigía Julio Scherer. De ese trabajo han resultado dos espléndidas compilaciones: Autopsias rápidas (Vuelta, 1988) e Instrucciones para vivir en México (Joaquín Mortiz, 1990), amabas compiladas por Guillermo Sheridan. También publicó artículos en Vuelta, Revista Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura y Siempre! .
Huérfano de padre, el pequeño Jorge se crió en Guanajuato con su mamá y sus tías, que lo impulsaron para estudiar Ingeniería de la UNAM. Pronto dejó esa carrera que odiaba, “las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esta decisión” y se inscribió en Filosofía y Letras porque quería ser dramaturgo y tomó la clase de Teoría y Composición Dramática que daba Rodolfo Usigli, tiempo después ocuparía la plaza de su mentor.
En 1962 publicó la obra El atentado, con la cual ganó al año siguiente el Premio Casa de las Américas, y a partir de allí, paradójicamente, decidió hacerse novelista. Por Los relámpagos de agosto (1964), su primera novela, recibió también el Premio Casa de las Américas, en el jurado estaba Ítalo Calvino.
Los relámpagos de agosto es una sátira feroz acerca de la última fase de la Revolución mexicana y de la conformación de la clase político-militar mexicana. El propio autor aclaró que “no creo que mis novelas sean propiamente revolucionarias” y añadió: “Incluso Los relámpagos de agosto es demasiado irónica para ser revolucionaria. No incita a la revolución. Más bien a la reflexión sobre los efectos de la revolución”.
Vendrían en adelante otras obras importantes: su aclamado libro de cuentos La ley de Herodes (1967) y las novelas Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1975), Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1982). La prosa rápida y nerviosa de Ibargüengoitia brilló en los volúmenes recopilatorios de sus artículos publicados básicamente en Excélsior y Vuelta.
Al inicio de su carrera obtuvo becas para poder desarrollarse como autor, como la del Centro Mexicano de Escritores (1954 y 1955); de la Fundación Fairfield (1965) y de la Fundación Guggenheim (1969). Obtuvo, entre otros los premios, el de la Ciudad de México de la VII Feria Mexicana del Libro en 1960 por su obra La conspiración vendida.
En 1975, el escritor y su esposa, la pintora inglesa Joy Laville, se mudan a París, y comienza a trabajar en su séptima novela, situada según se sabe en la época de Maximiliano I y Carlota de México. A fines de 1983, le llegó la invitación para un encuentro de escritores en Bogotá, abordó un vuelo que se estrellaría en Madrid, el 27 de noviembre. Se dice que llevaba consigo el borrador de su novela, el cual se consumió con él. En el mismo vuelo viajaban el poeta y novelista peruano Manuel Scorza y el crítico literario y escritor uruguayo Ángel Rama y su esposa la crítica de arte Marta Traba.
En su artículo “¿Usted también escribe?”, aparecido en Excélsior, el mismo Ibargüengoitia afirma: “Un Lic., un Arq., un Dr., un Ing., antes del nombre, o un ctp después, son signo de que alguien se ha pasado años leyendo libros que nadie leería motu proprio. ¿Pero nosotros? Para escribir novelas no se necesita más que leer novelas que, después de todo, se supone que la gente lee por gusto. Así que además de parásitos superfluos somos hedonistas.”
“Los artículos que escribí son los únicos que puedo escribir; si son ingeniosos es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario, y si son humorísticos es porque así veo las cosas. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue en broma, es un imbécil”.
Sobre su proverbial mal humor, su esposa, la pintora Joy Laville, declaró que “no era sarcástico, pero si algo no le gustó, lo dijo, ya que era crítico y su crítica le permitía jugar con el absurdo. Él era muy directo, por eso mismo tenía reputación de tener mal humor, pero esto es una mentira, él era muy alegre” (La Jornada Semanal, diciembre de 2008).
En el número 100 de Vuelta (marzo de 1985), se publicó una “Entrevista con Jorge Ibargüengoitia”, realizada tiempo atrás por Aurelio Asiain y Juan García Oteyza, en la que el autor de Las Muertas argumentó porqué había dejado el teatro por la narrativa:
“Empecé a escribir teatro por accidente porque en la Facultad de Filosofía y Letras no había un taller de composición novelística. Si un maestro hubiera dado clase de cómo hacer novela, yo lo hubiera tomado antes, pero la única clase en la que te enseñaban a hacer algo cuando yo entré, en 1951, era un taller de composición dramática que daba Usigli. El me enseñó a escribir teatro, y me enseñó que un escritor es una persona común y corriente que tiene un trabajo y tiene que trabajar. Pero a mí, en el fondo, no me interesa el teatro… En realidad soy un escritor de novela”.
En aquella conversación dijo que “lo que me interesa al escribir es presentar la realidad según la veo. De eso se trata: es la vida lo que me fascina. Es fascinante, por ejemplo, que en la Bombilla, un restaurante muy agradable que estaba a donde ahora está el monumento a Obregón, se le haga una comida al presidente de la República y llegue un tipo, se meta al banquete, y haga caricaturas durante toda la comida (porque hubo sopa, y luego cabrito y luego frijoles y la trompeta) y a la hora de los frijoles le dé siete balazos. Eso puede ser maravilloso…”
También se refirió al supuesto sentido del humor en su narrativa: “El humor es algo que yo francamente no sé qué es…Un señor que hace chistes no me interesa, sé que ciertas cosas son chistosas y puedo hacer chistes, pero no me parece que la risa tenga ninguna virtud ni que sea una ventaja. Lo que a mí me interesa es presentar la realidad y si la presentación puede ser chistosa está muy bien, pero hacer un chiste de algo que no es chistoso, me parece grotesco… Pero, como se supone que soy un escritor chistoso, hay gente que se ríe de cosas que no tiene ningún chiste”.
Con motivo de los 80 años de su nacimiento, en 2008, se reeditaron varias obras de Ibargüengoitia: el Grupo Planeta lanzó la “Biblioteca Jorge Ibargüengoitia” y el Fondo de Cultura Económica publicó su libro El niño Triclinio y la bella Dorotea, ilustrado por el conocido caricaturista Magú. Asimismo el Festival Internacional Cervantino (FIC) realizó un coloquio sobre su obra, con la participación de Jorge Volpi y Jorge F. Hernández; así como una exposición lúdica de su vida y obra.
Los restos del escritor descansan en el parque Antillón, en la ciudad de Guanajuato, bajo una placa de talavera que reza: “Aquí yace Jorge Ibargüengoitia, en el parque de su tatarabuelo, quien luchó contra los franceses”.