El mural de la Biblioteca Central de la UNAM, ejemplo de la arquitectura de vanguardia de Juan O’Gorman
Comunicado No. 88/2012
17 de enero de 2012
***Conaculta recuerda al arquitecto y pintor fallecido el 18 de enero de 1982
***Su obra artística más importante y conocida mundialmente es el mural de 4 mil metros cuadrados que hoy es símbolo de la comunidad universitaria
Por un lado la introducción de la arquitectura orgánica a México, definida como la manifestación artística que tiene una relación directa con la historia y la geografía del lugar donde se realiza. Por otro, la inserción de modernos materiales pictóricos de la época, como piedras de colores, que provocaron una innovación en la técnica de la elaboración de los murales. Estas son las dos aportaciones artísticas del arquitecto y muralista mexicano Juan O’Gorman.
A propósito de su 30 aniversario luctuoso, Conaculta recuerda la manera en que el artista concibió el mural que decora la Biblioteca Central de la UNAM, su obra más representativa y conocida mundialmente por su creatividad, temática, diseño, técnica constructiva y dimensiones.
Un edificio con carácter mexicano
La historia de este mural, hoy icono del imaginario universitario, se remonta a principios de 1949 cuando la Ciudad Universitaria se encontraba en construcción y el arquitecto Carlos Lazo, administrador de las obras, llamó a Juan O’Gorman para encargarle, con la cooperación del arquitecto Gustavo Saavedra, el proyecto de la biblioteca central de Ciudad Universitaria.
El mismo O’Gorman narra, en su autobiografía publicada en 1973 por Antonio Luna Arrollo, que desde el principio del proyecto tuvo la idea de hacer mosaicos de piedras de colores en los muros ciegos de los acervos, ya que con estos mosaicos la biblioteca sería diferente al resto de los edificios y tendría un carácter mexicano.
“Cuando traté este asunto con el arquitecto Carlos Lazo, se entusiasmó con la idea del recubrimiento de mosaicos de colores y me pidió que hiciera un proyecto. Dediqué dos días y sus noches, casi sin dormir y comer, haciendo los primeros croquis para tener las ideas someras de este mosaico enorme que debería recubrir los cuatro lados de la torre de acervos del edificio.
“Para ese momento, el edificio ya se había comenzado a construir y se terminaría en 1950. Sin embargo, Carlos Lazo empezó a arrepentirse de haberme prometido hacer este grandioso mosaico, pero a súplicas mías me permitió que hiciéramos un ensayo en la parte baja de uno de los lados de los acervos para ver cómo se vería sobre el edificio”.
En el ensayo se hicieron tres hiladas (filas horizontales) hechas en un pequeño taller y al verlas Lazo aceptó la idea de hacer los mosaicos de piedra, siempre que el precio que O’Gorman cobrara fuera bajo y costara un poco más que cualquier otro material similar, porque no tenía un presupuesto especial para este recubrimiento.
El arquitecto tardaría un año en realizar este proyecto, trabajando todos los días con escasos ingresos extras y 60 personas; cuatro jóvenes pintores como ayudantes, una persona encargada del control e inspección de cada parte del mosaico, 15 albañiles para elaborar las piedras y 40 albañiles que trabajaran en el mosaico.
“Me transportaba a la obra en bicicleta a las siete de la mañana llevando mi comida para trabajar durante todo el día y terminaba generalmente a las nueve o diez de la noche. Los domingos y días de fiesta también trabajaba el mismo número de horas para acelerar la terminación del mosaico en el menor tiempo posible”, describe O’Gorman en su autobiografía.
El mural representa algunos de los momentos más trascendentes de la historia de México, de tal forma que cuando se observa la parte norte del mismo, se pueden ver imágenes que hablan del pasado prehispánico; en la parte sur del pasado colonial; en la parte oriente del mundo contemporáneo y de la universidad, y en la parte poniente del México actual.
Los mosaicos fueron realizados con piedras naturales de colores, seleccionadas a partir de la colección integrada por aproximadamente 150 piedras que O’Gorman consiguió durante los diversos viajes que emprendió por toda la República en busca de las mismas en minerales y canteras.
De estas piedras, finalmente para el mural seleccionaría y utilizaría diez colores que encontró durante sus viajes, entre otros estados, en Guerrero, Guanajuato e Hidalgo: un rojo venecia, un amarillo siena, dos rosas de diferente calidad (una casi de color salmón y otra con tendencia al color violeta), un gris violáceo, un gris oscuro, obsidiana negra y calcedonia blanca.
También emplearía el mármol blanco y dos tonos de verdes; uno claro y otro oscuro. Para el azul utilizaría vidrio coloreado en trozos y después triturado como si se tratara de piedra, o bien hecho en placas para usarlo, como se utiliza en los mosaicos de vidrio.
La forma en que O’Gorman realizaría el mural fue con base en una técnica creada y desarrollada por él mismo, cuyo procedimiento iniciaba con la construcción de un tablero vertical de madera sobre el cual colocaba clavos exactamente a un metro de ancho y sobre ellos colgaba tiras de papel para hacer plantillas, es decir, dibujos a tamaño natural de los mosaicos, comenzando por la parte inferior, a una escala de cinco centímetros por metro.
Al mismo tiempo que se preparaban las plantillas y los dibujos, en uno de los patios se almacenaban y partían las piedras a golpes de marro para obtener pedacería de dos a cuatro centímetros de tamaño. Mientras, los albañiles hacían diariamente una losa precolada con el mosaico. El grueso de cada una fue de cinco centímetros.
Los albañiles, colocaban la pedacería sobre las plantillas y sobre ésta hacían un pequeño colado hecho de cemento, arena y un poco de agua, que servía para detener las piedras en su lugar. Después la dejaban secar para que fraguara el cemento con mayor dureza.
Sobre el colado se colocaba una cuadrícula de fierro de alambrón de un cuarto de pulgada que servía de estructura al precolado. A los dos días se levantaban, se limpiaba la superficie de la piedra y se almacenaban en una bodega para después colocarse en su lugar sobre los muros exteriores de la biblioteca (que eran de tabique), los cuales tenían una cuadricula de varilla de fierro anclada que detenía cada una de las partes del mosaico.
Recrear la historia nacional
El trabajo de Juan O‘Gorman, también sobresale porque es uno de los pocos artistas mexicanos que supo recrear (con asombrosa calidad interpretativa) pasajes y personajes trascendentes de la historia de México.
Algunas de estas obras aún existen y pueden verse de forma permanente en diversos edificios de la Ciudad de México como en el Museo Nacional de Historia que alberga un cuadro titulado Francisco I. Madero y tres murales: Retablo de la Revolución Mexicana, Sufragio Efectivo, No Reelección y Feudalismo porfirista.
En el Museo de Arte Moderno, también se pueden ver algunos óleos como La Ciudad de México y Autorretrato a los 45 años de edad. Mientras que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en la terminal 1 en la sala B del ambulatorio (en el área nacional) se puede visitar el mural La conquista del aire por el hombre.
La Secretaria de Comunicaciones y Transportes alberga los murales Canto a la patria, Independencia y progreso y Los libertadores. Representando a los estados, se encuentra la biblioteca Gertrudis Bocanegra que exhibe un mural basado en la historia del Estado de Michoacán.
También en la página electrónica www.mnh.inah.gob.mx/MuralO/Ogorman.html se puede ver una versión digital del mural Retablo de la Independencia. Dicha herramienta tecnológica, fue creada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) y está conformada por imágenes que ofrecen una lectura detallada de cada personaje dibujado en el mural.
Juan O’Gorman nació en Coyoacán, Distrito Federal, el 6 de julio de 1905. Estudió la carrera de arquitectura en la Universidad Autónoma de México. Fue miembro de la Academia de Artes y recibió entre otros, el Primer premio (en la sección de pintura) del concurso Premio Cementos Tolteca (1931); obtuvo el primer lugar por su pintura La Ciudad de México en un certamen organizado por el periódico Excélsior (1949). También ganó el Premio del Fondo de Fomento Educativo en el campo de las artes “Elías Sourasky” (1967) y el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1972). Fue miembro de honor de la Escuela de Ingeniería y Arquitectura del IPN (1959).