Salvador Elizondo, escritor original y vanguardista
Comunicado No. 2061/2010
18 de diciembre de 2010
***Conaculta rinde homenaje al autor en el 78 aniversario de su natalicio, que se cumple este 19 de diciembre
“Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía…”, así comienza el breve texto El grafógrafo (1972), que da título al libro homónimo, de Salvador Elizondo (1932-2006), escritor, traductor y crítico literario que fue muy admirado por desarrollar un estilo cosmopolita y vanguardista a partir de los años sesenta del siglo XX.
Salvador Elizondo Alcalde nació en la Ciudad de México, en 1932. Hijo del diplomático y productor de cine Salvador Elizondo Pani, el escritor en cierne se interesó por las artes y la literatura siendo muy joven. Lo primero que publicó fue Poemas (1960), género que nunca volvió a frecuentar, interesándose por la crítica literaria y los textos breves y enigmáticos. Entre sus obras más aplaudidas se hallan las novelas Farabeuf o la crónica de un instante, El hipogeo secreto y Narda o el verano, y de reputados relatos breves.
Desde muy joven tuvo contacto con el cine y la literatura. De niño vivió varios años en Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, y cursó tres años en una escuela militar en California, Estados Unidos.
Realizó estudios de artes plásticas en la Ciudad de México y de literatura en las universidades de Ottawa, Cambridge, La Sorbona, Peruggia y la UNAM.
Sintió especial predilección por autores de la literatura inglesa, como James Joyce, Joseph Conrad y Ezra Pound, además de que conocía bien los autores clásicos y modernos franceses, españoles y alemanes.
Vinculado con la tradición literaria europea y con la erótica de Georges Bataille, en su novela Farabeuf o la crónica de un instante (1965), por la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, Elizondo se aproxima al lector a través de la metáfora del juego de adivinación I-Ching, donde las nociones de bien y mal, espacio-tiempo, se difuminan y se complementan. De esta extraña obra desaparecen los referentes nacionalistas, dejando lugar a un tiempo congelado (la fotografía), al ceremonial erótico y a la escritura como espejo de sí misma.
En El hipogeo secreto (1967), el autor profundiza sus reflexiones sobre el lenguaje, tema fundamental de sus ensayos: Cuaderno de escritura (1969), El grafógrafo (1970) y Teoría del infierno (1992).
La trasgresión y el humorismo son temas importantes en su obra Miscast (teatro, 1978). En 1988 publicó la novela corta Elsinor (relato de su estancia en un colegio militarizado en Estados Unidos).
En su Autobiografía, publicada en 1966, en la serie coordinada por Emmanuel Carballo, Elizondo se desmarcó de sus colegas: “Mi visión esencial del mundo es poco edificante; en realidad no para ser difundida. En esto no creo ser una excepción a la regla o si lo soy, soy la excepción que la confirma. Nuestra idiosincrasia está hecha de los prejuicios que se resumen en nuestras opciones y ni siquiera por lo que respecta a mi propia persona me considero en posesión de una visión clara".
Fue fundador de la revistas SNOB (reeditada recientemente por el FCE) y Nuevo Cine, y colaborador de las revistas Vuelta, Plural y Siempre!, entre otras. También colaboró en Medio Siglo, Positif, Revista de la Universidad de México y el diario El Nacional. Viajero incansable, en 1976 aceptó ingresar en la Academia Mexicana de la Lengua, en 1981 se incorporó en El Colegio Nacional y en 1990 fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de Langua y Literatura.
A lo largo de su carrera, Elizondo recibió becas y apoyos para impulsar su quehacer literario. Fue becario fundador en El Colegio de México, en donde cursó estudios de lengua china; becario de la Fundación Ford para estudiar en Nueva York y San Francisco; becario del Centro Mexicano de Escritores 1963-1964, y becario también de la Fundación Guggenheim 1968-1969. Además impartió clases en la Facultad de Filosofía y Letras, y en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM.
Retrato íntimo
Elizondo estuvo casado en primeras nupcias con Michèle Albán, con quien tuvo dos hijas: Mariana y Pía Elizondo; su segundo matrimonio fue con la fotógrafa mexicana Paulina Lavista.
En 2008, la revista Letras Libres, por conducto de Paulina Lavista, dio a conocer los Diarios que el escritor llevó desde los 15 años hasta tres días antes de su muerte. Como introducción a estos textos, Lavista hizo un retrato muy sentido de quien fuera su compañero.
“En 1957, a su regreso de Europa, visitó a mis padres el joven Elizondo… Tenía yo doce años y veinticinco, debo admitir que me causó una gran impresión que hasta hoy persiste en mi memoria. Ataviado con un saco de tweed, pantalón de paño gris Oxford, zapatos ingleses, corbata del regiment, tal vez chaleco a cuadros, con un corte de pelo particular, moreno, de finas facciones, cejón, menudo, vivaz, simpático, ingenioso, aguerrido en sus discusiones contra los otros asistentes, hablando un lenguaje profundo con ideas estrafalarias..., pues me pareció fascinante y creo que desde entonces me enamoré de él…”
Añadió que años después, su primer cliente para hacerle un retrato fue, curiosamente, Salvador Elizondo (esta fotografía apareció en la segunda edición de Farabeuf): “Me uní a su vida cuando yo tenía veintitrés años y él 36, a partir del 17 de diciembre de 1968. Fui su novia durante un año al cabo del cual literalmente me robó de mi casa para llevarme a vivir con él a un modesto departamento frente al Parque México con la advertencia de mis padres y sus amigos de que Salvador me iba a practicar tormentos chinos como los de su novela Farabeuf...”
“Salvador era ordenado y responsable, llevaba un orden casi militar, no se le podía mover nada de lugar porque montaba en cólera, era romántico, celoso, iracundo, nervioso, tímido en cosas prácticas, simpático, risueño, sentimental, ocurrente, puntual, flojo a veces, otras borracho, difícil, exigente, crítico agudo, obsesivo, macho mexicano, le gustaban irresistiblemente las mujeres, amaba a los animales y a las plantas, el paisaje mexicano, comía chile chipotle, tacos de carnitas, chapulines, sopa de fideos y fumaba, a veces, mariguana, usaba paliacates, zapatos ingleses y tweed irlandés (“el Harris tweed es la base, mamacita, de un buen saco”, me decía), lloraba con la poesía y sobre todo era un escritor...”, recordó quien fuera su segunda esposa.
“Anárquico, incisivo, ubicuo, doloroso y dolido…”, lo encuentra Elena Poniatowska en 1966, cuando lo entrevistó para Novedades:
–¿Todo te da igual?
–Absolutamente igual. Casi todo.
–¿Qué cosa no te da igual? ¿La literatura?
–La literatura y el arte, y yo mismo.
–¿Y todo lo demás se puede ir al diablo?
–-No, yo espero que la música alemana no se vaya al diablo, el mundo del sueño, la concepción alemana del mundo, la concepción china del mundo; todo eso me interesa que no se vaya al diablo...
Y, en alguna parte de este diálogo, añade: “El tratamiento que se da al escritor en México es realmente deplorable. Se nos trata, en términos generales, con un desprecio profundo. Cuando yo veo un encabezado de 80 puntos anunciando nuestros empates que nunca llegan a más en el campeonato de fútbol, pues obviamente me deprime.
Cuando veo que la ciudad se paraliza durante un juego de fútbol; que toda la gente está detenida en la calle viendo la televisión de los aparadores, creo que todo eso es sintomático de la pobreza de espíritu de la masa …”
En 2006, Carlos Monsiváis lo recordó así: “Elizondo era la contradicción última, el excéntrico que vivió parte de su niñez en la Alemania nazi, el europeizado por los viajes y el mexicanizado por el cine, el admirador belicoso de Nietzsche, Julio Verne, Valéry, Pound y Edmundo D´Amicis, el espíritu inclasificable que se detenía por minutos en la evaluación y descripción de una palabra, o en el rechazo de un lugar común… el aficionado al cine que quería dirigir, el dibujante que entre risas (suyas) se azoraba por la semejanza de sus dibujos con los de Picasso”.
Salvador Elizondo fallece el 29 de marzo de 1996. Fue el segundo escritor mexicano, después de Octavio Paz, en haber recibido homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes.
“La muerte es la operación del espíritu por la que tú, lector, y yo, autor de esta escritura, perdemos la importancia; aun si nuestra relación queda incólume”, escribió en el “Colofón” a El grafógrafo.